Mosquetero

Génesis del mosquetero

El mosquete aparece como pieza para defensa y ataque de plazas fuertes, y con tal nombre ya aparecen registradas armas con ese nombre en el inventario de las fortalezas del reino de Granada en 1501, durante el reinado de los Reyes Católicos.

Estos mosquetes eran piezas pesadas, y eran usadas por uno o dos artilleros apoyando el arma sobre el muro o sobre un caballete, disponiendo de un gancho o garabato para poder engarzar o apoyar el arma en el caballete o en la muralla que se defendía. Entonces tenían consideración de piezas menores de artillería, se registraban en los inventarios de las fortalezas junto a sacres, esmeriles, ribadoquines y falconetes, se medía su peso en arrobas [1 arroba = 25 libras = 11,5kg] y su número era escaso.

En una nómina de la infantería española en Italia a diciembre de 1525, en la compañía del capitán Pedro de Mercado aparecen listados 2 arcabuceros con carro para llevar 6 mosquetes de bronce con 6 caballos. Si hacían falta 6 caballos para 6 mosquetes, estas piezas no podían sino ser pequeñas piezas de artillería de campaña.



Conforme pasaron los años, se aligeraban las piezas, lo que permitió que las mismas fueran usadas con mayor facilidad por un único soldado.

En 1544, Luis Pizaño, entonces ingeniero encargado de poner a punto las fortificaciones de la monarquía, encarga 218 "mosquetes de garabato". Para 1552 vemos que al armero Juan de Orbea la corona le contrata la fabricación de 5000 arcabuces y 500 mosquetes. Para entonces el mosquete era ya un arma portátil individual, no obstante su uso era todavía el de defensa y ataque de fortificaciones:

pusieron toda  su fuerza de batir con la otra banda de artillería que tenian á la parte de San Lazaro y por alli hicieron muchas trincheras y con ellas vinieron hasta el foso del baluarte de San Lázaro y junto a el pusieron 18 grandes cestones á fin de llegar allí a poner su batería hicimosles tanto daño de dia y de noche con nuestra artilleria y arcabucería y mosquetes y de noche con alcancías de mano que no osaron efectuar lo que por aquella parte habían tentado y ansí desampararon estas nuevas trincheras 
Testimonio de D. Juan de Acuña durante la defensa de Perpiñán asediada por las tropas de Francisco I en el verano de 1542

Las tropas de Bernardo de Aldana en Hungría, en 1550, tenían "tres falconetes y dos quartos cañones y ciento y veynte mosquetes", muy útiles para los asedios.

Al pasar los años, se implementó el uso de la horquilla, y el mosquete de gancho, de garabato o de muro, pasó a ser un arma totalmente portátil, que no precisaba del parapeto para que el soldado pudiera apoyarla y efectuar el disparo
.
Como se puede apreciar en este detalle de la lámina 19A de "La cavalcata dell'Imperator Carlo V nel suo ingresso in Bologna", obra impresa en Bolonia hacia 1530, donde podemos ver a los dos arcabuceros que marchan en la izquierda de sus hileras portar dos horquillas para apoyo de su arma, en este caso, arcabuces estilo Nuremberg al hombro [1], la horquilla ya se había usado para disparar arcabuces, probablemente, arcabuces más pesados que los normales. Así pues, parece que no se inventó este complemento para disparar el mosquete.


En la imagen posterior podemos ver otro detalle con dos arcabuceros con la horquilla destacada en rojo:


Vemos pues que la horquilla se emplea para facilitar el disparo efectuado con arcabuces en manos de infantes en campo, pero va a ser esta pieza, la horquilla, la que va no ya a facilitar el tiro a los arcabuceros, sino a posibilitarlo en piezas de mayor calibre y peso como son los mosquetes, y por tanto, a la aparición de un nuevo soldado de campo, el mosquetero, que había estado relegado a tareas de asedio y defensa de plazas fuertes.


Mosquetero en un detalle del Socorro de la plaza de Constanza, obra de Vicente Carducho de 1634. Se puede apreciar perfectamente la parte metálica de la horquilla, el arma y el tahalí con las cargas de pólvora. Este mosquetero llevaba un morrión emplumado. 
Por otro testimonio, escrito, no gráfico, de uno de los relatos que nos han llegado de dicha coronación, sabemos que ya había mosqueteros en la Italia de 1530: Della venuta e dimora in Bologna del sommo pontefice Clemente VII. per la coronazione de Carlo V. imperatore celebrata l'anno MDXXX. Cronaca con note documenti ed incisioni (impreso en 1842) f.31/p.75:

finalmente una compagnia di moschettieri a cavallo intorno a quaranta carri di polvere, palle, e diverse munizioni; da ultimo tre vessilliferi, ed un drappello di moschettieri a piedi, che chiudevano questo trionfale corteggio 

Finalmente una compañía de mosqueteros a caballo en torno a cuarenta carros de pólvora, balas y diversas municiones; por último tres abanderados y una bandera de mosqueteros a pie, que cerraba este triunfal cortejo

El empleo de mosqueteros continuó, pero fue marginal hasta la década de 1560, no existiendo plazas fijas de mosqueteros en las compañías de infantería española hasta el año de 1567. De hecho, se puede fijar exactamente el mes en que esto tuvo lugar, gracias a las muestras del Tercio de Cerdeña estudiadas por Gian Paolo Tore y reseñadas por Eduardo de Mesa Gallego:


A partir de julio de 1567 se mantiene un número constante de mosqueteros en las compañías del Tercio de Cerdeña, en teoría, unos quince por compañía, con un máximo de 122 plazas y un mínino de 107 hasta la disolución disciplinarias de la unidad en el verano de 1568. Aunque no disponga de datos de los otros tercios que marcharon de Italia a Flandes a cargo del duque de Alba, se puede asumir que el proceso fue equiparable.

El primer uso regulado del mosquete en infantería de campo lo podemos fijar en este año de 1567, y aunque venían empleándose regularmente mosqueteros en Berbería desde, al menos, la época del desastre de los Gelves [1560], es a partir de este año de 1567, no obstante, cuando vamos a ver que la especialidad de mosquetero es fija en los ejércitos del rey católico.


El mosquetero en la guerra

Bernardino de Mendoza asegura en su historia sobre la primera década de las guerras de Flandes que los enemigos confesaban cuanto daño habían recibido por la mosquetería, y alababa su empleo en el combate. La ventaja del mosquete sobre el arcabuz venía dada por su mayor calibre: tenía mayor potencia y mayor alcance, lo que permitía afrontar al enemigo a mayor distancia con más precisión. Las desventajas de los mosqueteros respecto a los arcabuceros venían dadas por el mayor tamaño y peso de su arma, lo que redundaba en menor movilidad y menor cadencia de tiro, aunque se pueden ver a mosqueteros combatiendo codo con codo con arcabuceros en situaciones muy dinámicas como eran las escaramuzas:

Y fuera de él, guarnecieron un molino con gente, y otro reduto, dexando una manga suelta que escaramuçasse con don Rodrigo Çapata, que venía en su seguimiento. El cual, reconocido el puesto del molino y reduto que avían reforçado, luego que llegaron los cien arcabuzeros entre los cuales avía treze mosqueteros, cargó a los enemigos con tanta resolución que les hizo perder el molino y reduto, queriéndose entretener allí hasta que llegasse más gente de las vanderas
Comentarios de don Bernardino de Mendoça de lo sucedido en las Guerras de los Países Baxos desde el año 1567 hasta el de 1577

El mosquetero debía ser un hombre "doblado, rehecho y gallardo" para "sujetar aquella arma tan pesada". pero dado que portar el mosquete a cuestas de noche y de día se consideraba "excesivo trabajo", en ocasiones los mosqueteros gozaban del privilegio de ser transportados en carros para evitar que llevaran cansados al destino. Tampoco era infrecuente que fueran los mosquetes - con las llaves desmontadas y convenientemente guardadas en cajas para que no padecieran daños durante el camino - los que eran desplazados en carros, mientras que el soldado caminaba en su hilera, aunque lo normal fuera que el mosquetero marchara a pie con su arma al hombro.


Detalle de "La victoria de Fleurus", de Vicente Carducho, pintura de 1634 que conmemora la batalla que tuvo lugar en 1622. Evidentemente, el pintor no ha sido realista al oponer ambas mangas de mosquetería a tan poca distancia, pero los detalles del ropaje, armamento y defensas de los mosqueteros son magníficos. 

Los mosqueteros formaban en el escuadrón en guarniciones - a los costados del cuadro de picas - o en mangas - en pequeñas formaciones destacadas avanzadas - o retrasadas - respecto del escuadrón:

Escuadrones católicos en Nordlingen. Se puede apreciar claramente el cuadro central de picas, las guarniciones y las mangas que nacen de las esquinas del escuadrón. 
Escuadrón ilustrado en el "Arte de esqvadronar y exercicios de infanteria" del maestro de campo Melchor Alcazar y Zúñiga, aprobado en 1701 e impreso en 1703, dedicado al rey Felipe V, mostrando piqueros en el cuadro central, y sucesivas mangas de arcabuceros - los más próximos a las picas - y mosqueteros, señalados con una M, en los extremos. Este escuadrón carece de guarniciones.

La manga era una formación con carácter dinámico, dispuesta para desplazarse respecto al escuadrón y acometer al enemigo, mientras que la guarnición era reparo de las picas, dispuesta para la defensa, tirando más de lado que de cara. Los mosqueteros de la guarnición dispararían por hileras, agachándose para permitir el disparo a los compañeros situados en hileras posteriores, tiempo que aprovecharían para recargar su arma, a diferencia de las mangas, que dispararían en avanmarcha , relevando los soldados a los que acababan de efectuar el disparo, que se retirarían a la última posición de la formación.

En su "Teorica, practica, y exemplos compuestos por el Capitan Bernardino Barroso", impresa en 1622  el autor defendía que los mosqueteros no debían hallarse en vanguardia, sino que habrían de estar en las mangas y guarniciones, y en las escaramuzas, participar desde un lugar desde el cual "tirar de mampuesto", o sea para disparar desde un reparo o parapeto cubriendo a la arcabucería:
su oficio ordinario de los mofqueteros es tirar de manpuestó por ser arma tan pesada y dura dé manejar, que es la raçon que obliga a yr síempre cubierta de arcabuzería para que en tocando el arma de banguardía lá mofqueteria se rrehaga, y tome puesto fuerte para la caualleria, ó alguna eminencia donde estara al oposito, y en depofito para aprouecharse della, segun se ofreciere, advirtiendo que siempre á de déjar franca la frente del efquádron ,y tamuien aduierto que las compagnias de arcabuzeros no fe le ha de facar la mofqueteria por el efecto,y seruicios, que harán en los puestos y mas en campagna descubierta.

En los manuales de guerra, como este del capitán Barroso, se incluían ejemplos que hacían comprensibles la arquitectura del escuadrón: en este caso, disponemos de un tercio con 14 compañías, 20 mosqueteros por compañía, 729 piqueros y 729 arcabuceros. Formamos el cuadro de picas, de 27x27, que venía dividido en 6 trozos durante la marcha, los cuales debían ocupar su lugar a la hora de escuadronar. Tenemos guardando el cuadro de picas, en cuyo centro quedaban banderas, pífanos y tambores, las guarniciones de arcabuceros de 30 hileras por 5 de costado. Tendríamos cerrando el conjunto cuatro mangas de arcabuceros de 9x9, y de vanguardia en el costado derecho, y de retaguardia en el izquierdo, dos mangas de 140 mosqueteros de 9 de frente. El poder formar el escuadrón con presteza era fundamental para el éxito en combate, y para ello debía asegurarse también un buen orden durante la marcha, de manera que sabiendo todos la posición final que habrían de ocupar, se llegara a ella con los mínimos movimientos posibles. La C minúscula que encabeza los cuadros corresponde a la inicia de capitán. 


Se recomendaba que el mosquetero debía llevar 25 balas al combate - por 50 del arcabucero - pólvora suficiente para tirarlas - dos tercios del peso de la bala - tanto en frasco, como en cargas prendidas al tahalí, que le facilitarían la carga, y mecha suficiente para mantener dos cabos encendidos durante toda la jornada. En caso de necesitar más munición, fueran balas o pólvora, debía demandarse a su oficial discretamente, sin gritos, para no dar ánimo al enemigo, y siempre antes de que hubiera efectuado los dos últimos disparos.

Debía llevar una espada ancha, corta y bien ceñida, para poder sacarla fácilmente con una mano.

A las armas

En la ordenanza de 1685 se establecían las voces con que se manda a la infantería española. Respecto al mosquete, cuando se daba el orden de a las armas, se indica lo que sigue en un curso matemático de 1693 que desarrolla dichas voces u órdenes de la ordenanza:

A las armas
El Mosquete se toma teniendo prevenida, como queda dicho [*], la cuerda, cogiendo primero la horquilla con la mano derecha , y poniendo el fiador,que es el cordon que deve tener la horquilla en la muñeca izquierda, con cuia mano, valiendoſe de el dedo pulgar,y el que ſe sigue, cogerá la horquilla ,y con la drecha el Moſquete, por mitad del cañon, le pondrá a ſu lado drecho, afirmando en tierra la culata, passando la horquilla a buſcar el Moſquete, y retirando el pie drecho, quedará perfilado el cuerpo,y pondrá el Mosquete en la horquilla,y quitando la mano drecha del cañon, la passara inmediato a la caçoleta azia la parte dela culata, ,y para ponerle al ombro, sin mover la mano drecha de adonde esta, la suspendera , ayudando con la izquierda ,en que eſtá la horquilla, y pondrá sobre el hombro drecho, a que agregará la mano, y al miſmo tiempo agregará la horquilla a lado izquierdo.


Las ilustraciones corresponden a una de las numerosas copias basadas en la obra de Jacob de Ghein, cuyos movimientos no corresponden exactamente al desarrollo de las voces de la ordenanza de 1632, pero con seguridad sirven para hacerse una idea de los pasos que había que seguir antes de efectuar el disparo. 
[*] Quedaba dicho en las instrucciones que se daban respecto el arcabuz:
Para tomar el Arcabuz ha de tener prevenida la cuerda , que será una braça, ſe cogen los dos cabos con la mano drecha , y el uno ſe pone entre el dedo del medio , y el que está inmediato al pulgar ,el otro cabo ſe pone en el hueco , que haze el dedo del medio, y el que eſta inmediato al menor ,y lo reſtante de la cuerda , que eſta pendiente se recoge con el dedo menor, con que los dos cabos quedan arriba, llevando cerrada la mano izquierda donde eſtan , y lo resstante esta pendiente azia la palma de la mano.

En esta ilustración se aprecia claramente el fiador, el cordón que sujeto en la mano izquierda aseguraba la horquilla. Se puede ver también la forma de llevar la cuerda con los dos cabos prendidos entre los dedos.

Amén de estas voces se detalla minuciosamente como cargar el mosquete y calar cuerda, antes de apuntar y efectuar el disparo.

En el caso de la ilustración, el mosquetero no usa un frasco para cargar con pólvora su arma, sino una de las cargas medidas que lleva en el tahalí y que se conocía como 12 apóstoles. El frasquillo, que podemos ver colgando pegado al muslo derecho del soldado, llevaba pólvora finísima o polvorín con la que se cebaba la cazoleta; cuanto más fino fuera el grano de la pólvora más fácil sería de prender y quemar. 
El Moſquete para cargarlo, se pasara al lado izquierdo, soltando la horquilla de la mano, que queda afiançada en el cordon que da buelta a la muñeca izquierda, en cuya mano se recibirá el Moſquete, y tomando el frasco con la drecha, arrimando al cañon el primer dedo, y con el ſegundo tapara el cañon, y los demas dedos pondrá sobre el muelle, y buelto el frasco con la boca de el cañon azia baxo, haſta que le parezca esta hecha la carga, y soltando el muelle , bolverá el frasco, para ver si el cañon dél está lleno de polvora, sí lo estuviere, metera el cañon del frasco en él del Moſquete o Arcabuz consecutivamente, haviendo caido la polvora, la quitará, o hechara a fu lado drecho, y sacando uno de los tacos, que a de llevar prevenidos,tirará de la baqueta, sacandola de la caxa donde esta y dando la buelta de forma,que el rascador venga a caer cerca de la boca de el arma , y corriendo la mano drecha, hasta que encuentre con el rascador, que esto se hara arrimandole al pecho, meterá el taco en la boca del Moſquete, a que seguirá la baqueta, hasta que haya encontrado con la polvora, que asegura con dos o mas golpes, y sacando la baqueta, hará lo miſmo con la bala, y el segundo taco executado bolverá a su lugar la baqneta, y tomara el Moſquete con la mano drecha, y con la izquierda a eſte miſmo tiempo recobrará a horquilla, que está en el fiador, y aiudando con ella, passará el Moſquete al lado drecho, de forma, que venga a caer la caçoleta a la cintura , y la boca del cañon levantada en tal proporcion , que no pueda ofender, si en tal caso se disparase, y tomando el ſrasquillo con la mano drecha , abrira con uno de los dos dedos la caçoleta, y hechará su cebo, cerrandola con advertencia, de que no quede, ni un grano de pólvora encima de la cubierta, y tomando el Moſquete con la mano drecha , y ayudando con la izquierda , y la horquilla se suspenderá y pondrá en el ombro drecho

La baqueta se llevaba inserta en la caja [o fuste] del mosquete, estando ahuecada la madera para alojar este imprescindible accesorio. En la descripción que aquí aporto, se habla del doble taco: un taco sobre la pólvora, y un segundo taco sobre la bala. Lo más probable es que este segundo taco no se usara durante la mayor parte de la época, pues implicaba - por la retención de los gases de la combustión de la pólvora . darle una mayor potencia al disparo, una ventaja, pero también mayor esfuerzo al metal del cañón. 

Calar cuerda. —
Para calar cuerda levantará el Moſquete del ombro suspendiendole sobre la mano drecha, y al mismo tiempo saliendole a recibir la izquierda con la horquilla, le baxara de forma que la boca quede alta, y la cazoleta a la faltriquera del lado drecho, y tomando un cabo de la cuerda con el dedo pulgar y el que le sigue de la mano drecha, la soplara ,y pondrá en el serpentin, el qual movera con los mismos dos dedos: para medir se hiere la cuerda en medio de la cubierta, y hiriendo le soltará y tomará el Moſquete con la mano drecha, y acompañandole la izquierda, y la horquilla que ſacara, poniendo la escarpada, y afirmada en tierra, y la culata en el lado drecho, y con el dedo inmediato al pulgar, que tendra encima de la tapa de la caçoleta, la quitara, hará la punteria, cogiendola por la que tiene en el arma, al objeto a quien quiere hazer tiro,apretando el llamador con los quatro dedos teniendo el pulgar sobre la porcion de caxa  que se corresponde al llamador, y haviendo executado el diſparar , baxara el Moſquete inmediato a la faltriquera del coſtado drecho , y con la mano que tenia en el llamador cerrará la caçoleta con los dos dedos,y quitando la cuerda la pondra en la mano izquierda como queda dicho.




Orgánica

En 1567, como decíamos, se determinó que hubiera 15 mosqueteros por compañía.

Con la real ordenanza de 1632, en los tercios que servían fuera de España, se determinó que las compañías, de 200 hombres, estuvieran compuestas por setenta coseletes, noventa arcabuceros y cuarenta mosqueteros.
En los tercios que servían en España, las compañías estaban formadas por 250 hombres, de los cuales 90 eran coseletes, 89 arcabuceros y 60 mosqueteros.

Dichos mosqueteros percibían 3 escudos de ventaja, que se sumaban a los 3 escudos de su paga sencilla.

No obstante estas indicaciones, las unidades se dotaban como podían, y muchas veces, como querían. Así pues, en una muestra de 24 de marzo de 1601, tenemos que en la infantería española en el ejército de Flandes había 5355 soldados, de los cuales 1237 eran mosqueteros. algo más del 20% señalado en las ordenanzas de 1632.


A tiro de mosquete. Ataque y defensa de plazas fuertes

El mosquetero era fundamental en el asalto y defensa de plazas fuertes, de hecho, el "tiro de mosquete" era una unidad de distancia para el diseño de las fortificaciones, como lo había sido en el pasado - hasta mediados del siglo XVI - el tiro de arcabuz [2].
Si bien - naturalmente - debido a su potencia, alcance y poder destructivo, eran las grandes piezas de artillería - cañones, culebrinas, pedreros, etc - las que acababan determinando el colapso de las defensas de los cercados - o de los atacantes - los mosquetes jugaban un papel fundamental, pues eran armas precisas y fáciles de manejar, a diferencia de las piezas de artillería, que requerían largos procesos de carga y consumían una enorme cantidad de recursos materiales y humanos. Así, gran parte de las bajas durante los asedios se causaban por tiro de mosquete, si bien, como decimos, era la ruina de los muros por cañoneo o minado - o en su defecto los efectos del largo cerco, el agotamiento de las provisiones, el hambre, etc - la que traía la posibilidad de tomar la ciudad al asalto.

A este respecto es muy clara la valoración que Cristóbal de Rojas hace en su "Teórica y práctica de fortificación", impresa en 1598:

porque las defenfas que en aquel tiempo eran con artilleria, se han reduzido ahora a tiro de mofquete,y arcabuz,porque al tiempo que el enemigo ha metido fus trincheas hasta el bordo de la eftrada cubierta  y quiere passar el fosso por el derecho de la efquina ál valuarte,y arrimarfe á el para picarlo y hazerle la mina.si estuviese la defensa a tiro de artilleria passaban los enemigos vno á vno casi al descubierto,por fer muy lexos la defensa, porque la pieça de artilleria fe fuele tirar pocas vezes á vn hombre solo,y siendo la defensa tan larga ,como dicho es,se passa al fosso con vna trinchea muy baxaa que se haze con poco trabajo,y es muy fuerte.por eftar poco leuantada de la tierra y con difícultad la puede batir el artilleria defde la casamata y síendo las defensas á tiro de mosquete y arcabuz, no puede passar el enemigo, sino es con trinchea muy alta, y síendo alta,es fácil de derribarsela, porque la puede batir bien el cañón de la casamata [...]

Esta distancia de tiro de mosquete que sería la base para delinear las fortificaciones sería, según la opinión de Rojas de como máximo 750 pies, 250 varas [1 vara castellana equivalen a 3 pies] y por lo tanto, unos 200 metros [208.975 exactamente].



El mosquete se empleaba para tirar desde los muros contra los atacantes que realizaban trabajos de aproximación por trinchera mediante zapado, y también contra aquellos que se dedicaban a manejar la artillería. De la misma forma, los atacantes empleaban el mosquete para tirar contra los defensores que pudieran descubrirse en los muros, y en esta lucha era mucho más efectivo - y económico - el mosquete que el cañón.

El mosquetero fue pieza fundamental del sistema militar de los Austrias, y sobrevivió hasta los últimos años de los tercios, cuando, bajo el reinado de Felipe V se adoptó el pie regimental francés, y el infante pasó a servir con fusil y bayoneta.


Véase también

El primer uso de mosquetes en campo regulado [1567] 


Notas

[1] Respecto al estilo de los arcabuces, fue identificado por el especialista y coleccionista alemán Michael Trömmer, en consulta realizada en foro especializado Vikingsword

[2] En un tratado de fortificación de 1538, "Apología en excusacion y favor de las fábriças del Reino de Nápoles", se indica: la medida que conviene á la verdadera defensa, que no ha de ser más lexos de cuanto puede tirar de puntería una simple escopetta Ó arcabuz, y esto es por qué no se debe constreñir ni limitar la fortification á que solamente piezas gruessas la puedan defender.

Y aunque Pedro Luis Escrivà, ingeniero que había edificado el Castel Sant'Elmo en Nápoles, no dice en su tratado la distancia de la cortina "que le conviene al tiro justo de punteria", queda la fábrica del propio castillo como testimonio de ello, siendo sus cortinas más largas de unos 85 metros. Esto, en 1538, asegurando el autor que se podía defender con una simple escopeta.

El camino español por mar. La desmovilización de los tercios en Flandes tras la paz de Cateau-Cambrésis [1559-1561]

He tratado recientemente el envío de tropas a las fronteras de Flandes durante las guerras con Francisco I en 1522 - y la escolta del Emperador en 1520 - ahora me iré al otro extremo de este periodo de disputas con la corona francesa  con un artículo sobre la desmovilización de las tropas españolas en las fronteras de Flandes tras acordarse la paz con Francia en virtud del tratado de Cateau-Cambrésis, firmado el 3 de abril de 1559 entre Felipe II de España y Enrique II de Francia.

La intención de Felipe II era mantener tropas españolas en los Países Bajos, fiables por su lealtad al monarca así como por su efectividad en el combate, pero los Estados se opusieron a ello, argumentando el coste que suponía su mantenimiento, pero sobretodo, por el recelo que les causaba la permanencia de una guarnición, que, siguiendo el modelo de los tercios de Italia, convertía los Países Bajos en una provincia militar española, y los Estados, de esa manera, quedaban más sujetos políticamente a la corona [1].

Los argumentos que aportaban los Estados para exigir la repatriación de los tercios eran razonables y bien expuestos: las tropas causaban ultrajes, opresiones y pillajes a la población civil, y siendo extranjeros, eran más difíciles de castigar que las guarniciones compuestas por soldados naturales del país. Además, se veía un agravio en despedir a los infantes nativos, y mantener a sueldo a los extranjeros, sueldo que debía pagarse por las gentes del país, quedando, asimismo, reducido el dinero disponible para sufragar la caballería local, las bandes d'ordonnance  [2].

Felipe II insistía en la conveniencia de mantener 3000 españoles en las guarniciones de la frontera, disponibles para acudir a cualquier contingencia que se presentara en caso de necesidad, y que los problemas que las tropas podían llegar a causar, se solventarían en cuanto estos quedaban satisfechos al recibir su soldada puntualmente. Además, dichos soldados quedarían bajo la autoridad del príncipe de Orange y del conde de Egmont, lo que redundaría en beneficio de la disciplina de los infantes y de la seguridad de los naturales del país. Felipe II, asimismo, intentó ganar tiempo, y expuso que la permanencia de las tropas sería temporal, por espacio de unos meses [3].

5 de junio de 1568. Tropas españolas asisten a la decapitación de Philippe de Montmorency, conde de Horn, mientras el cádaver del conde de Egmont yace frente a él. Entre los militares se encontraba Julián Romero, maestre de campo del Tercio de Sicilia, que había servido a sus órdenes durante las guerras con Francia.
Felipe II marchó a España, y dejó en Flandes las tropas, pero los Estados se negaron a aportar los fondos para sufragar su mantenimiento, por lo cual, Felipe II acabó tomando la resolución de enviarlos a Italia, en un momento - tras el desastre de los Gelves - en el que la infantería española acababa de perder a varios miles de soldados [4]. Pero esta solución razonable a un conflicto latente, como veremos, sería resuelta tras varios meses de demora.


Bravos y magníficos soldados por salario razonable

En Flandes quedaban 17 banderas de infantería con 3.500 españoles, cuyos maestres de campo eran don Juan de Mendoza y Julián Romero [5].

Estando los soldados desocupados, y siendo muy valorado su servicio por todas las naciones, tanto franceses como ingleses quisieron reclutar algunos de ellos. Algunos infantes pasaron au service de prince ou potentat estrangier, mientras que otros abandonaban la "ingrata" Flandes marchando a España a la deshilada, en grupos de 6 u 8 soldados dejando sus banderas y el servicio en unas guarniciones en las que no recibían sueldo [6].

Los ingleses temían en abril de 1560, que viniendo los franceses a Escocia ayudados de 5000 o 6000 soldados españoles, sufrirían y la Reina sería derrotada, siendo el español  "a brave and a superbe soldate", según el consejero Nicholas Wotton, que los conocía bien, por haberse hallado como embajador en el campo del Emperador en anteriores ocasiones [7].

El rumor de la venida de dicho contingente tenía una base real, pues Felipe II había prometido la asistencia de tropas al rey de Francia para la empresa de Escocia, y daba instrucciones para que Madame de Parma "dexase a los franceses servirse de los navíos y españoles que hay en Flandes por salario razonable" [8].

Los conflictos religiosos en Francia hicieron que, finalmente, Francisco II desistiera de meterse en berenjenales en tierras extranjeras, mas durante un tiempo, sopesó Felipe II "acudir a lo de Escocia" para apoyar a los católicos escoceses frente a los protestantes y sus aliados ingleses, empleando en ello a las tropas españolas acantonadas en Flandes.

El paso de soldados españoles al servicio de príncipes extranjeros, en este caso, por lo que parece, no fue muy significativo, y si los dos tercios contaban con 3.500 hombres en 1559, eran unos 2.700 a su marcha en enero de 1561, y buena parte, sino la mayoría, simplemente marchó a España.

Retirada

Felipe II dio instrucciones a Margarita que preparase el envío de las tropas a España, y ella respondía en marzo que debía ocuparse de meter no menos de 3.200 infantes en 16 banderas a la guardia de las fronteras en su sustitución. Los estados, eso sí, debían ser los encargados de financiar la flota que les transportara, así como de pagarles los sueldos y pagar los sueldos de las tropas que les sustituirán en la defensa de las plazas fronterizas durante tres años [9.1].

Había dos buenos momentos en los cuales la infantería española aprovechaba para plantarse y reclamar con firmeza las pagas: tras combate, o a la hora de que se les ordenase un desplazamiento importante.

Egmont sabía bien que los soldados no se embarcarían sin haber recibido las pagas, y así apelaba a los estados de Flandes que no hubiera dilación en acordar el subsidio. Pero no dejándose llevar por las buenas palabras de los gobernadores se iniciaba un proceso de tira y afloja, negándose algunos estados incluso a sufragar la defensa de la frontera, estimando que dicho gasto debía ir a cargo del rey.

Felipe II enviaba por letras dinero para pagar tres meses de sueldo a los españoles, pero en marzo de 1560, Margarita le informaba que el Consejo había determinado no pagarles el sueldo, sino darles un socorro y retener el dinero para pagar los hospedajes [9.2].

En todo caso, Felipe II jugaba un doble juego, pues instruía a su hermana y a Granvela para que trabajara para que los españoles se quedarán en los Países Bajos [10]  estimando que los Estados se enzarzarían en debates y querellas antes de tomar una resolución, y que en el tiempo la situación podía cambiar, a pesar de los problemas económicos y las protestas que generaban su presencia allí [11]. Tanto el Rey como Egmont, sabían bien que los españoles no se avendrían a embarcarse sin haber sido pagados, al menos, no sin alterarse ni hacer desórdenes.

Felipe II tenía un motivo de peso para que los españoles no partieran, y es que desconfiaba no se les fuera de las manos a las autoridades locales el control en materia religiosa, y la protestante dejara de ser una religión marginal y fuertemente perseguida, para convertirse en una religión tolerada por unos gobiernos provinciales sin fuerzas o sin ganas para combatirla [12]. Las tropas españolas, por contra, ejecutarían las órdenes que les diesen el Rey y la Gobernadora.


En el alma siento ver partir la infantería española 

En tales términos, como he titulado este sección, se expresaba Granvela en carta al rey Felipe II... en carta de 17 de marzo de 1560. Porque la partida se produjo finalmente nueve meses más tarde de que el entonces obispo de Arras transmitiera sus lamentos a su señor.

En octubre de 1560, Granvelle se ufanaba de que no había "sido poco haverlos podido entretener quatorze meses so color de que los estados no otorgavan lo que seles pedía".

Las tropas se habían desplazado desde las guarniciones de las fronteras a los puertos de las costas de Holanda e islas de Zelanda donde debían embarcarse, teniendo algunas refriegas por los lugares que pasaron [13]. Habían sido sustituidos por dos mil infantes [14] - siendo necesarios mil más hasta el número de tres mil - y todavía en esta fecha, los Estados no habían realizado la contribución, no queriendo dar ni "un maravedí hasta que los vean hechos a la vela", ni siquiera para pagar las bandas de ordenanza, o sea, los hombres de armas o caballería pesada del país.

En octubre se habían embarcado los soldados con poca voluntad de marchar a España, pues consideraban que llegando allí serían despedidos, siendo su deseo expreso ser despedidos en Zelanda e ir "de buena gana a Italia a buscar sueldo", para poder seguir siendo soldados [15]. A los navíos [16] habían sido enviados comisarios para tomar muestra y dar pagas, hallándose por las pasadas muestras 2.700 soldados, aunque se dudaba fuera una cifra cierta. 

Transcurrían los meses de noviembre y diciembre aguardando que les viniera viento para poder marcharse, y Felipe II todavía escribía a su hermana para ver si podía demorar la estancia de los españoles en los Países Bajos.

La estancia en los navíos era muy incómoda. De hecho, las condiciones normalmente insalubres de las embarcaciones, con el hacinamiento, que se veían agravadas estando en el puerto, hicieron necesario que los oficiales, incluidos Mendoza y Romero, dieran ejemplo permaneciendo con sus compañías mientras llegaba la ocasión propicia, con viento del norte, y no de poniente, como hasta el momento tenían, para hacerse a la vela. 

La instrucción que daba el rey a 9 de diciembre era que fueran enviados hasta Laredo, donde desembarcarían, y caminando hasta Cataluña, debían embarcarse en galeras para marchar a Italia, pero indicaba Felipe II que si muchos soldados particulares deseaban marchar pronto, debía permitirse que se enviaran por tierra a Italia, pero que no se hiciera a la deshilada "fil a fil", o sea, en pequeños grupos, sino con oficiales y sin deshacer las banderas, y que por ese medio disminuiría el gasto en mantenimiento, pagas y transporte. 

Con esta instrucción se daba satisfacción a los soldados que querían seguir sirviendo al rey - así debía transmitírselo Margarita a los soldados - y el rey aprovechaba la experiencia de estos soldados que habían luchado contra Francia durante años. 

Y el 10 de enero a mediodía se producía, por fin, la anhelada por unos, y lamentada por otros, marcha de las tropas españolas, pasando de Calais a Dover y haciendo la "vuelta de Inglaterra" para después entrar en el "mar de España", previendo que la navegación durase 7 días. 

El viaje no debió ser bueno, pues los barcos se dispersaron, y unos llegaron a la Coruña [17], otros a Ribadeo y otros a diferentes puertos del cantábrico, pasando algunas naves por Portugal, desembarcando en Cádiz [ver nota 20 para más información sobre la travesía de Julián Romero]. 


La Goleta, Sicilia, Nápoles - El Tercio de Flandes en el naufragio de La Herradura


Julián Romero, maestre de campo del tercio
de Sicilia, y caballero de Santiago
El 7 de junio de 1561 se informaba de que las 17 galeras que Juan de Mendoza había llevado de España a Sicilia con los 2.500 españoles que estaban en Flandes, navegaron desde Ostia esa semana sin ver barco alguno de los que estaban haciendo tanto daño en ese mar [18],[19].

A este transporte de los 2.500 soldados en las galeras de España a cargo del capitán general Juan de Mendoza, hay que sumarle el transporte de las tres compañías a cargo de Julián Romero, que llevaba cargo de la suya, la de Antonio de Peralta, y la de otro capitán, del que no conocemos el nombre. Julián Romero será destinado a la Goleta, donde se hallará - al menos - entre finales de mayo de 1561 y enero de 1562 [20], destino habitual de los soldados del Tercio de Sicilia entre 1535 y 1574 [21].

Recordemos que eran un total de 17 banderas en los dos tercios, así que serían 2500 soldados llevados en las galeras de España a Sicilia, y las tres compañías dejadas como guarnición en La Goleta.

En 1562 se prepara en socorro de la plaza de Orán, y se organiza una armada a cargo de Juan de Mendoza. Se saca del presidio de la Goleta 1.283 soldados de la gente extraordinaria que había en él, tanto las cuatro compañías de Nápoles, como "las tres que vinieron de Flandes" [22] transportados a Nápoles por las galeras de Andrea Doria.

Se embarcaban 13 compañías con 1.836 hombres [1183 arcabuceros y 653 coseletes], unos 57 soldados por cada una de las 32 galeras, cuando la previsión era de 60 [23].

En principio, la gente extraordinaria de La Goleta debía embarcarse con Juan de Mendoza, pero a 26 de julio se hallaban embarcados únicamente los dichos 1836 soldados y la flota partía para Cerdeña, siendo Andrea Doria el encargado de recoger las compañías de La Goleta y dejarlas en Nápoles.

El viaje Cerdeña-Génova-Marsella-Barcelona-Valencia-Cartagena-Málaga se hace bien, pero una fuerte tormenta hará que Juan de Mendoza decida abandonar el abierto puerto de Málaga para buscar refugio en la bahía de La Herradura, donde un cambio del viento hará hundir 25 de las 28 galeras que se hallaban a su cargo.

Aquí hay dos referencias notables al desastre de La Herradura, en el cual murieron muchos valerosos capitanes, "y gran parte de los españoles del Tercio de Flandes":
vna nuona perdita, e gran diſgratia ch‘al Re Filippo in Mare, nel precedente meſe d'Ottobre era occórſa, nella Coſta di Malega,ſopra Herradura; doue per fortuna di Mare,quaſi tutte le Galere di Spagna,in numero di vent’orto,o tréra ſi ſraccaſsarono, e ſi ſommerſero. Efsendoſi annegato il Generale di eſse Don Giouanni de Mendozza, con molti valoroſi Capitani: e gran parte de gli Spagnuoli del Terzo di Fiandra.La qual diſgratia, fu ſtimata poco minore della Rotta delle Gerbe.
Dell'istoria della sacra religione et ill.ma militia di San Giovanni Gierosolimitano di Iacomo Bosio parte terza, f458

También Fernando Moyano, escribió un poema sobre el suceso, y el autor, superviviente de la catástrofe, se identificaba como "soldado de la infantería española del Tercio de Flandes".
Obra nuevamente hecha sobre el desastrado subcesso que a las galeras de España y de Levante subcedio Lunes diez y nueve de octubre de mil y quinietos y sesenta y dos años en el puerto de la herradura. [24]

Amén de estas dos referencias, existe la relación de Martín de Figueroa, testimonio del suceso, donde indica que "De los que se ahogaron todos los más eran soldados y gente principalmente porque venian en las galeras 13 banderas viejas de la gente de Flandes". [25]

Gente de Flandes, que, recordemos, se habían embarcado en Nápoles, donde parece que residían. Sin embargo, en ninguna carta aparecen mencionados como Tercio de Flandes, y no se nombra entre los embarcados a ningún maestre de campo.

Vemos pues, que de las 17 banderas que vinieron de Flandes a Italia en 1561 lideradas por Juan de Mendoza y Julián Romero, tres acabarían en La Goleta - y serían trasladadas al reino de Nápoles en 1562 - y otra pudiera ser la que se perdiera con el capitán Antonio de Peralta en San Juan de 1561 en las siete galeras apresadas por Dragut. Las otras trece pudieran ser las trece que se hundieron en La Herradura, pero no hay certeza que así fuera, pues bien podrían haberse embarcado compañías del tercio ordinario de Nápoles.

En tal caso, aquellos versos que cantaban: "España mi natura, Italia mi ventura y Flandes mi sepultura", quedan algo trastocados, yendo a morir los soldados que habían servido años en las fronteras de Flandes contra los franceses en las playas de España, tras haber pasado poco más de un año de servicio en Italia.


Que a donde el enemigo llama, es menester acudir

No ha sido nunca objetivo del que esto escribe analizar aquí las políticas de los soberanos de España, materia sin duda importante en el estudio de la historia militar, pero, como hemos podido ver, los soldados, amén del estricto papel militar, tenían un importante papel en clave política.

Su financiación era siempre un problema y la valoración que de ellos hacían los príncipes que los empleaban en sus guerras dinásticas, y los súbditos que los habían de costear y soportar en su tierra era muy diferente.

El Cardenal Granvela expone en una carta dirigida al rey en octubre de 1560 esas dos posiciones antagonistas, por un lado, la del monarca, resumida en la expresión que da título a la sección: "que a donde el enemigo llama, es menester acudir". Y por otro, nos ofrece la posición de los estados en relación a las guerras mantenidas, fundamentalmente contra la corona francesa: "que la guerra no era a causa d'estos estados, sino a razón de querer los reyes de España tener pie en Italia".

Los soldados podían servir tanto para mantener guerras con otros príncipes y naciones, para adquirir nuevas tierras o defender las heredadas, o podían servir para mantener sujetos a los súbditos, como mecanismo de presión política. En una época en que el gasto militar podía comerse el 80-90% del presupuesto del estado, el equilibrio entre el deseo de mantener unas tropas profesionales siempre a disposición y la capacidad de costearlas, era muy precario.

El descontento de 1559-1561 por la presencia de tropas extranjeras en guarnición, anticipaba, quizá, el sentir de muchos naturales de los Países Bajos cuando los españoles se convirtieron en tropas de ocupación en guerra viva unos años más tarde, pero sin duda el episodio de la retirada de los dos tercios pone en evidencia la fuerza que tenían los estados para hacer valer su posición frente a su señor.

El papel jugado por los señores soldados fue menor, pero lo hemos visto, tenían voluntad, sabían expresarla, y eran escuchados, aunque no siempre fueran atendidos.


Notas

[1] Cardenal Granvela al Rey, Bruselas, 10 de marzo de 1563. La valoración es muy posterior a los hechos narrados, pero el juicio es extrapolable:
Una cosa havia pensado que como se muestra universalmente aqui tan mala satisfaction de todos quantos hay de la nacion Española en estos Estados, lo qual parece que nasce dela sospecha que tienen de que se tenga fin de subgectar los à los Españoles , y reduzir los à la forma que estan las provincias de Italia que son debaxo dela Corona d'España, que no se que mal spiritu les baya puesto esto en la cabeça séria bien quitarles esta mala opinion y ruin voluntàd que à la nacion tienen.

Concluía Granvela que Felipe II debía demostrar a sus súbditos de los Países Bajos mayor aprecio, para que de esa manera, se sintieran reconocidos, y no como segundones, o hijos bastardos:
es bien hazer de manera que conoscan que los tiene por hijos, y no que piensen que solos los de Espana sean legitimos, que son las palabras deque aqui y en Italia se usa,

[2] Remontrance adressée au roi par les états généraux pour le renvoi des troupes étrangères y et pour que les affaires fussent administrées de l'avis des seigneurs du pays, en Collection de documens inédits concernant l'histoire de la Belgique, I, p.323-325. Respecto a las bandes d'ordonnance, p.330

La queja no sólo iba por el aspecto militar, sino por la parte gubernativa, al rodearse la gobernadora Margarita de consejeros españoles:
"Rodeada de espíritus españoles, a los que aquí se detesta a muerte... nada está aquí bien dicho, bien hecho o bien considerado a menos que lo diga y haga un español y en español" Valoración del embajador francés citada por Parker en "España y la rebelión de Flandes".

En el original de la letra vemos que la valoración está vinculada fuertemente al tira y afloja sobre la presencia de las tropas:
Par où vostre majesté jugera trop mieulx si le malcontentement de ce peuple est mal fondé, joint qu'on leur laisse, oultre cela, en frontières quelque nombre d'Espaignols, contre lesquels les Estats de par deçà ont infiniment combattu, et présenté par escrit quatre ou cinq requestes à ceste fin (en vain touttefois); car rien n'est bien dict, bien faict, ne bien pensé qui ne soit en hespaignol et d'un Espaignol

[3] Respuesta dada a los diputados de los Estados Generales, a 9 de agosto de 1559.

Respecto al gobierno de los Tercios o "tertios" por Orange y Egmont, véase la carta de Margarita a Guillermo de Nassau de 13 de septiembre de 1559:
Quant au repartissement des Espaignolz qui sont sous vostre charge et soubz M. d'Egmont, affin que chacun des tertios soit plus uny, il ha semblé le plus expédient de faire changement au billet de sa M., et que le tertio de M. d'Egmont debvroit estre en son gouvernement, et ès lieux plus voisins d'iceluy, et que les aultres qui sont soubz vostre gouvernement, se repartissent sur la frontière de Luxembourg et de Haynault

Las guarniciones de frontera principales eran Arras, Marienbourg, Philippeville y Thionville, plaza que guardaba el Ducado de Luxemburgo, a donde debían acudir los soldados españoles tras entregar a los franceses las plazas ganadas durante la guerra en las cuales se alojaban: San Quintín, Ham y Chatelet.

Julián Romero quedó como castellano de Damvillers, con su compañía y la del capitán Montalvo, que sin duda ha de ser el Hernán Núñez de Montalvo que estaba a cargo de 260 soldados del tercio de Navarrete en julio de 1557. El 17 de octubre de 1559, Romero había excusado la entrada de la "media compañía de Periche" en la plaza, "que los franceses dexaron tan arruynada". Un Periche de Cabrera estaba a cargo de 151 soldados del tercio de Cáceres en 1557.

[4] Muchos de ellos fueron apresados por los turcos y echados a galeras, y algunos de ellos, serían liberados años más tarde, tras pagar rescate, como fue el caso del capitán y futuro maestre de campo, Lope de Figueroa.
21 capitanes muertos del Tercio de Lombardía, 8 del de Nápoles y 14 del de Sicilia: datos recogidos de "La Antemuralla de la Monarquía. Los Tercios españoles en el Reino de Sicilia en el siglo XVI", de Carlos Belloso Martín.
Monchicourt da la cifra de 5000 muertos y 7000 cautivos, sin distinguir nación ni oficio - soldados o marineros. Con los restos de los infantes muertos se edificó la famosa "torre de los cráneos" o de las calaveras.

Parker escribe sobre este episodio: "Los veteranos perdidos ante Trípoli representaban toda una generación militar cuya sustitución llevaría años".

[5]  Antonio Carnero indica que son Pedro de Mendoza y Julián Romero los maestres de campo en los Países Bajos en su Historia de las gverras civiles qve ha avido en los Estados de Flandes des del año 1559. hasta el de 1609. y las cavsas de la rebelion de dichos estados, folio 6, impresa en 1625, pero doña Margarita les nombra don Joan/Jehan de Mendoça et Julien Romero en su correspondencia.

Sobre la vida y hechos del capitán Julián hay abundantes datos. Véase, como brillante resumen, Julián. Un héroe español en Flandes: entre el príncipe de Orange y el duque de Alba, artículo del profesor Raymond Fagel, en el que narra de forma breve el traslado de su tercio que aquí trato.

[6] [...] temía que no eran tantos los españoles como el Rey [de Francia] pensaba, porque ellos mismos sabían que cada día pasaban por aquí para España a seis y a ocho, y los quería avisar antes desto, porque hallando menor número no pensasen que se los encubrían por tener poca gana de acomodarlos. [v. Carta de Antoine Perrenot, obispo de Arras, primer consejero de Estado de los Países Bajos y futuro cardenal de Granvelle, a Felipe II, 30 de marzo de 1560. Archivo Documental Español. 1. Negociaciones con Francia 1559-1560]

El apunte es ciertamente curioso, máxime cuando hacía poco más de un año que franceses y españoles habían dejado de matarse, y de retenerse numerosos soldados y oficiales presos en galeras, destino común en el mediterráneo de los soldados vencidos y apresados en combate.

Se puede interpretar pues, que entre los de aquella generación, había no pocos hombres prácticos, cuyo comportamiento no venía determinado por las ideas nacionalistas propias del romanticismo decimonónico, sino más bien por el deseo de ver retribuido su esfuerzo y trabajo.

Respecto a la contratación por ingleses, véase la carta de Margarita a Felipe II, de 6 de enero de 1560:
Aussi, monseigneur, comme l'on est informé que aulcuns soldars espaignolz, de ceulx estans par deçà, se desrobent secrètement de leurs compaignies, et se laissent retenir au service d'Angleterre contre Escosse,

La gobernadora temía que dichos soldados que pasaban "au service d'Angleterre contre Escosse" fueran tomados por los franceses, o llegados a Gran Bretaña, quedarán allí infectados por las doctrinas heréticas, por lo que sugería que el rey despachará mandato para que:
sur paine de la vye, que nul soldart se avançast aller au service de prince ou potentat estrangier, qui que ce fût. Et cela pourroit servir pour par deçà et les aullres pays.

El edicto se envió y estaba publicado a mediados de marzo de 1560.

El embajador de Inglaterra protestó que "algunos de los españoles que están en Flandes toman sueldo de franceses para pasar en Escocia", a lo que el Cardenal Granvela, hombre avezado y de buena memoria respondía que "después del tratado de Crepi, el Rey Enrico de Inglaterra recogió vasallos de Vuestra Majestad a su sueldo y no sabía como se podría estorbar ahora a los franceses lo que se consintió entonces al Rey Enrico". [Archivo Documental Español, Negociaciones con Francia 1559-1560]

De este episodio que rememoraba Granvela, tras la Paz de Crépy establecida entre las corona francesa y española en 18 de septiembre de 1544, acabó siendo protagonista destacado el maestre de campo Julián Romero, que lideraba, como está dicho [ver nota 5] uno de los dos tercios presentes en los Países Bajos en 1559-1560.
Romero fue, entre otros muchos españoles, mercenario y caballero al servicio de Enrique VIII entre 1545 y 1551, y este episodio, sin duda, merece artículo particular.

[7]  Véase Calendar of State Papers related to Scotland and Mary, Queen of Scots, 1547-1563.

[8] Véase, carta de Perrenot a Felipe II, 30 de marzo de 1560. Archivo Documental Español. 1. Negociaciones con Francia  [1559-1560].

[9.1] Está publicada la proposición que el conde de Egmont hizo a los estados de Flandes al respecto. Cabe suponer que las propuestas a los demás estados serían en idénticos términos, aunque las cantidades a aportar proporcionales a su población y riqueza.

[9.2] Thomas Chaloner escribía a William Cecil en enero de que a los soldados no se les daba la paga, porque una vez entregada - incluyendo los atrasos - dejarían el servicio del rey y se pasarían a servir al rey de Francia, pues el rey de España los quería enviar a Orán en Berbería en empresa contra Argel el verano próximo, algo que los infantes no deseaban.

Había otro motivo de peso para que los soldados no quisieran partir a España, y es que muchos estaban casados en el país, y podrían ser inquietados por cuestiones de religión, según valoración hecha por Richard Payne. Lo que interpreto es que - según Payne - un español con esposa flamenca, sería sospechoso de haberse contaminado con doctrinas heréticas.
 [v. Relations politiques des Pays-Bas et de l'Angleterre, sous le règne de Philippe II, tomo 2]

Luego también había soldados que no podían retornar a España por causas diversas. La carta de recomendación de Julián Romero para uno que se quedaba en los Países Bajos no es demasiado clara, pues no expone los motivos. Dice así:
"por ciertas cosas que el no puede entrar en España se queda por aca y me ha rogado y suplicado que yo suplicase a VS que le diese una plaza de hombres de armas en su compañía y aunque yo sé que la hará de mal a VS de darsela por ser extranjero". Julián Romero le demandaba Orange le diera una plaza de soldado en la banda d'ordonnance que el príncipe tenía a cargo, y lo pedía como favor personal, asegurando que el soldado era "hidalgo y muy buen soldado y está muy bien en orden de armas y caballos". Carta de Romero a Orange de 24 de octubre de 1560

[10]  Carta de Felipe II a Granvelle, 7 de marzo de 1560:
y cierto muy â propôsito séria, hasta ver el fin destas cosas, que los Españoles se detubiesen, como lo apunto à my hermana en frances, aunque no se como se pudiesen pagar alla; lo veréys todo y veréis lo que se podrá y combendrá hazer, y pluguiesse à Dios quo yo pudiese hazer lo que deseo en benelicio de essos estados y por fortifîcallos , que entiendo cuanto combiene y que séria la mayor seguridad por la paz 

Carta de Granvelle al Rey, octubre de 1560:
Conferi con su Alt. sobre el negocio de la quedada aqui de los Espagnoles, y se han intendado todas las vias humanamente possibles, mas enfin no veo forma ny camino que, sin poner estos estados en manifiesto peligro de subita rebuelta, se pueda diferir la excecucion de su yda, si el tiempo lo consiente

[11] Carta de Granvela al rey, de 12 de mayo de 1560:
Los Españoles han quedado hasta agora sin ruido, para dar reputacion à las cosas destos estados, y sin que pueda haver justa causa de quexa en la dilacion de su partida, pues con haverles pedido el sueldo de la génte que se ha de poner en lugar dellos se espéra que se verná a dos fines buenos : el uno cargarse los estados deste entretenimiento, y el otro que esta dilacion de la partida que cumple al senicio de V. M. le baze sin que puedan dezir que falte por V. M. que no se cumpla lo que ellos han desseado ; mas el mal que hay es lo que Madama escrive, que passa adelante el sueldo de la gente y falta la consignacion , y si , despues de otorgada por los estados la ayuda, se huviesse de entretener à esta causa la gente, ó que por falta de la paga succediesse algun desorden, podria succéder algo de que se recibiesse infinito dano. 

[12] Carta del rey a Granvela, 7 deseptiembre de 1560:
ténia y tengo todavia gran contentamyento de lo que el otro dia m'escrivistes de haverse confésado y comulgado esta Pascua ay en Bruselas 6000 personas mas que las otras; y cierto por lo que siento la salida de ay de los Españoles es porque temo que salidos ellos los malos se han de desvergonçar mas en esto de la religion que lo hazen aun agora

Esto no solo lo sabía el rey de España, sino la reina de Inglaterra, favorecedora de los calvinistas:
si se acavasen ya de ir los Españoles que governavan en Flandes, a sus Indias o a su España a tostarse debajo de aquellos climas ardientes, ella [la Reina Isabel] sabe que en esos paises [Países Bajos] la religion floreceria porque habia en ellos hombres principales que eran de ella. 
Carta del obispo de Aquila al conde de Feria. Londres, 18 de noviembre de 1559

[13] Julián Romero, de camino a Namur desde Damvillers - en carta a Guillermo de Orange de 4 de octubre de 1560 - relaciona "desórdenes y desvergüenzas" de los soldados en Marienbourg y Philippeville, a donde acudirá "para remediar algo y hacerlos salir con diligencia". Romero se ufanaba que las dos compañías que habían dejado Damvillers - la suya y la del capitán Montalvo - iban muy pacíficas y aseguraba "que aunque las otras compañías sean ruines a estas dos yo las meto en Zelanda sin que haya desorden". Atribuía Romero los desórdenes de los soldados a la condescendencia de los capitanes ya que según él "hay algunos capitanes que tienen mucha miel para sus soldados y esta es la causa que muchas veces los soldados se desvergüenzan con sus capitanes".

Las fricciones con los locales también se producían cuando estos, por ejemplo, les negaban la entrada a sus poblaciones - como fue el caso de Villa Vorde, o Vilvoorde - a pesar de tener orden de la gobernadora para darles alojamiento, y un sistema que incluía comisarios locales por parte de los estados y furrieles de las compañías y furriel mayor del tercio por parte del ejército, para llevar a cabo el proceso con las mejores condiciones.
En Malinas, a los soldados les saquearon la mitad de la ropa, y no hubo orden de devolvérsela o pagársela, lo cual evidencia que no siempre eran los infantes los ofensores de los paisanos. Véase la carta de Julián Romero a Orange a 22 de octubre de 1560.

[14] Julián Romero narra los retrasos que se originaron en la sustitución de las dos compañías que guardaban Damvillers, siendo su persona el castellano de la plaza, con mucha más responsabilidad que la de un simple capitán de guarnición. Debía llevarse a cabo un descargo oficial: que la gobernadora extendiese un documento en que constase que a Romero se le relevaba de su puesto, y se le liberaba de toda responsabilidad. Además, debía venir su sustituto con la gente que había de entrar a custodiar la plaza, para entregarle las llaves. Como había urgencia en la marcha, las compañías de Romero y Montalvo iniciaron la marcha a pie, y Julián Romero quedó en Damvillers con 20 soldados a caballo hasta que vino a relevarle un capitán con 60 hombres, al cual entregó formalmente la plaza. Ver cartas de Julián Romero a Guillermo de Orange, de 26 y 28 de septiembre, y 4 de octubre.

[15] Carta de Granvela al Rey, 2 de noviembre de 1560:
Solo puedo dezir que las cosas estan de manera en este punto que si el viento no sirve, y que quieran los soldados salir de los navios (los quales, como nos dixo ayer don Juan de Mendoça, pierrden la vergùença á sus cabos , por la poca gana que tienen de yr a España, teniendo ellos partîculares cartas de allá de que en llegando los hayan de despedir) por evitar el mal que succederia de sus desordenes, pues dizen que quien los despidiesse aqui yrian de buena gana à Italia a buscar sueldo, donde vernian muy a proposîto, temo que sera Madama forçada,si V. M. no scrive brevemente otra cosa de despedirlos, pues será esto ménos mal, que no alborotarse esta provincia [de Zelanda].

Este deseo de marchar a Italia de los soldados lo tenía muy claro Julián Romero en Damvillers, según indica en la carta a Guillermo de Orange de 26 de septiembre, en que expresa la necesidad de retener al barrachel y a su teniente para mantener la disciplina en las dos compañías que allí están, que como se hallan lejos y en el camino de Italia, "yrianseme muchos soldados sino pusiese grande horden y por esta causa tengo mucho que azer del barrachel y de su teniente". Y es que Orange había demandado la presencia del teniente de barrachel para dar "quatro tratos de cuerda" a un soldado que tenían preso por ladrón en Douai. Romero le indicaba al príncipe que remitiesen al soldado a Zelanda, que allí "le dare los tratos de cuerda y tan buenos seran alli como en Duay".

[16] Al menos ocho barcos - urcas y navíos - estaban en Rencayning [¿?] y Armuyden [Arnemuiden], provincia de Zelanda, desde junio, lo que hay que tener en cuenta para el coste final del transporte, que sería, sin duda, elevado.

[17] La estancia de las tropas en Betanzos también generó conflictos con la población civil, como podemos ver por la nota del documento 43777 del Catálogo de la Colección Salazar y Castro:
1561.02.23. Betanzos
Relación del alboroto que hicieron unos soldados, alojados en la ciudad de Betanzos, redactado por Pedro de Ayala, sargento mayor de las gentes de guerra de Flandes.

Este sargento mayor Pedro de Ayala tuvo una disputa en octubre de 1559 por haber prendido un soldado de la compañía de Jordan de Valdés [capitán de 160 soldados en julio de 1557] en la cual Julián Romero falló a favor del capitán. Véase el caso como ejemplo del artículo Preeminencia del Sargento Mayor sobre el Capitán

[18] Carta fechada en Roma a 7 de junio de 1561, remitida a Shers. Calendar of state papers, foreign series, of the reign of Elizabeth, 1561-1562. 
The seventeen galleys which Giovanni Di Mendoza had brought from Spain by Sicily, with the 2,500 Spaniards, who were in Flanders, sailed from Ostia this week without seeing the vessels which were doing so much mischief in that sea.

Este Giovanni - Juan de Mendoza, homónimo del maestre de campo de Flandes, era Juan de Mendoza y Carrillo, comendador de Mérida, capitán general de las galeras de España, al menos, desde 1555. y marino desde, al menos, 1545. ver Braudel, "El Mediterráneo en la época de Felipe II". 

El 17 de abril de 1561, Julián Romero se hallaba en Málaga [ver nota 20] y a finales de mayo se hallaba en la Goleta con tres compañías, habiendo sido su travesía desde Flandes por el mar de Portugal hasta Cádiz.

[19] La Antemuralla de la Monarquía. Los Tercios españoles en el Reino de Sicilia en el siglo XVI, Carlos Belloso Martín, p171.

Carlos Belloso Martín nos proporciona datos del Tercio de Sicilia en esta época: 14 compañías y 2.339 soldados en 1559, 3 compañías y 475 soldados en 1560 - el año del desastre de los Gelves - y 2.402 soldados en 13 banderas en 1561.

Aunque el libro es una historia exhaustiva de la unidad, tras los Gelves hace un salto en la historia hasta el socorro de Malta, y aunque el dato del número de soldados de esos años está recogido en una tabla, no explica como se produjo el rehinchimiento, y tampoco podemos, por tanto, tener la seguridad de que parte de las compañías de los Tercios de Mendoza y Romero que habían estado en Flandes acabarán reforzando el Tercio de Sicilia, como había pensado en primera instancia. Desde luego, parece que parte de esas compañías - sino todas - estaban en Nápoles en 1562. 

[20] Véanse las fechas y localizaciones de las cartas de Julián Romero con Guillermo de Orange, en Briefwisseling van Willem van Oranje.
Véase también Los condicionantes de la política militar norteafricana de Felipe II: estrategias, logística, campañas y sostenimiento de las plazas. De Los Gelves a la paz con el turco, tesis de Juan Laborda Barceló.

Por carta fechada en Toledo, a donde Romero había acudido a besar las manos del rey, a 23 de febrero de 1561 - fechada erróneamente en el archivo de Orange a 1562 - conocemos algunos de los detalles de la travesía de dos de las naves,  con escala en Portugal, y llegada a Cádiz, holgándose SM de que aportasen allí dichas naves con las tres compañías que traía y no en la Coruña, porque "estuviera más a mano para socorrer a la necesidad que en Italia y todas las fronteras del turco hay, el cual dicen que viene este año más pujante que nunca".

Tras la visita al Rey, partía Romero por la posta a Málaga para embarcarse en dos o tres naves con las dichas tres compañías. Romero temía que la navegación se viera estorbada por una flota de Argel que venía operando en aquellas aguas. También informaba que el rey había mandado hacer 13 nuevas compañías para meterlas en Orán - pues se temía que el rey de Argel fuera a venir sobre la plaza - así como para ser enviadas a Sicilia.

El envío de dichas tropas a la Goleta estuvo vinculado a las noticias del apresto de una armada turca que había de marchar sobre la plaza - con traición de un artillero renegado de por medio - según las informaciones obtenidas por el gobernador Alonso de la Cueva, para lo cual también se mejora las obras de fortificación de la plaza:

SM me mandaba que con tres compañías de infantería de las que de allá trajimos, me fuese a meter en la Goleta para aguardar la venida del turco.
Carta de Julián Romero a Guillermo de Orange, fechada en Málaga, a 17 de abril de 1561 [transcripción con ortografía corregida]

Por complicaciones en el estado de su pierna, Romero, que había estado en Toledo previamente, es sustituido como jefe de las tres compañías por Antonio de Peralta, pero como se demora la salida de las embarcaciones a causa del tiempo, el capitán Julián puede recobrar su salud y recuperar el mando de la misión que el rey le había encomendado.

En junio se hallaban cuatro galeras en La Goleta [v.Calendar citado en nota 18, p.143], que probablemente sean las que transportasen las tres compañías a cargo de Romero.

En carta fechada en la Goleta a 26 de agosto, Romero informa a Orange de la muerte de Antonio de Peralta, que murió con las 7 galeras que se perdieron de Sicilia, que iban a cargo de "Guimaran, un caballero de San Juan" . Este Fray Don Bernardo de Guimeran o Guimerà, caballero catalán de la orden de Malta, fue, siendo embajador de la religión, quien presentó a Felipe II en 1559 el proyecto de recuperación de Trípoli, arrebatada a los caballeros en 1551. En 1561, tras haber combatido en los Gelves, era Capitán General de las galeras de Sicilia, y en este encuentro con la armada de Dragut halló la muerte [Véase Dell'istoria della sacra religione ed illust. militia di San Giovanni Gierosolimitano, por Giacomo Bosio, parte tercera].

Por la noticia anterior y por esta, queda claro que Antonio de Peralta era uno de los capitanes que había estado con Romero en Flandes, habiendo un capitán Antonio de Peralta a cargo de 199 soldados en el tercio del maestre de campo Alonso de Cáceres en julio de 1557.
Dicho año, en que se libró la batalla de San Quintín, Julián Romero era capitán de 170 soldados en el tercio de Alonso de Navarrete, y Juan de Mendoza, capitán de 195 soldados en el tercio de Alonso de Cáceres.

El capitán Peralta murió el 24 de junio de 1561, hallándose embarcado en una de las siete galeras que el rey Felipe tenía buscando tres fustas de moros que estaban en la isla de Filicudi. Cayeron bajo 9 navíos de Dragut Rays, perdiendo la batalla tras 3 horas de lucha. En las galeras iban a bordo el obispo de Catania, y un hijo de Ruy Gomez, siendo llevados presos a los Gelves. El obispo de Catania fue liberado pagando un rescate de 10.000 coronas, aportando la mitad su diócesis.

Romero, hombre de acción, solicitó a Felipe II el traslado a otro puesto en septiembre de ese año por haberse firmado las paces con el rey de Túnez.
En carta de 20 de enero de 1562, sabemos que Romero estaba aguardando la llegada de galeras para sacar a las tropas extraordinarias de la Goleta - que también habían venido de Nápoles - pero por otro lado, esperaba que el turco apareciese para poder combatirle, que no lo "habrían tan barato como lo de los Gelves".

La compañía de Julián Romero se hallará de guarnición en Siracusa en 1565, y el propio capitán Julián será maestre de campo del Tercio de Sicilia tras la muerte de Gaspar de Robles durante la defensa de la isla otorgada como feudo del reino de Sicilia a los caballeros hospitalarios, y será Julián Romero quien conduzca el Tercio de Sicilia con 10 compañías y 1620 hombres a Flandes en 1567.

La guarnición ordinaria de la Goleta, según refería el nuevo gobernador Alonso de Pimentel en 1565, era de 780 hombres, pero estas tres compañías que acudieron con Romero son un contingente de soldados extraordinarios, presentes en el presidio por causa de la noticia de la armada turca.

[21] Por ejemplo, en febrero de 1570, se dejaban seis compañías con 623 soldados de dicho tercio. Véase La antemuralla de la monarquía... Carlos Belloso Martín, p114.

[22] En esta parte final del artículo, usaré la documentación recogida por María del Carmen Calero Palacios, en su obra “Aportación documental en torno al naufragio de la Armada Española en La Herradura (Almuñécar)”.

Por una carta publicada por Calero Palacios, sabemos que en La Goleta se pasó muestra a las cuatro compañías de Nápoles y las tres que vinieron de Flandes, y se halló que el número de soldados era de 1.466 soldados.
p. 148. Relación del viaje que Don Juan de Mendoza hizo a la Goleta y citas referentes al recorrido

El virrey de Nápoles informaba a 6 de junio de 1562 en carta al rey Felipe II [p.149 de la obra mencionada] que si se sacaba de La Goleta toda la gente extraordinaria, faltarían 300 soldados para el cumplimiento de la fuerza ordinaria que solía haber en la plaza, y recomendaba que esos trescientos soldados que debían quedarse, "sería a proposito que quedesan de los de Flandes, porque a los d'este reyno les di la palabra de sacarlos quando alli fueron".

Finalmente, Juan Andrea Doria embarcó en La Goleta 8 compañías con 1.283 soldados y los llevó a Nápoles, donde quedaron sin embarcarse en las galeras de Mendoza
p.196. Relación del número de infantería española que tienen las compañías del Reino de Nápoles y la que embarcó en las galeras de D.Juan de Mendonza, octubre 1562

[23] p.186 Relación de la infantería embarcada en las galeras de D.Juan de Mendoza hasta el 26 de julio y p.196. Relación del número de infantería española que tienen las compañías del Reino de Nápoles y la que embarcó en las galeras de D.Juan de Mendonza, octubre 1562

En dichas relaciones aparecen dos nombres de capitanes coincidentes con capitanes que se hallaban en Francia en 1557, en el tercio de Alonso de Navarrete que luchó en San Quintín, y un tercer capitán con apellidos idénticos, en una época - véase el caso de la jornada de los Gelves de 1560 - en que era normal que los capitanes nombrasen alféreces a sus hermanos, siendo los alféreces quienes normalmente le sucederían en su compañía.

Estos capitanes de 1557 eran Juan Pérez Palomino, don Francisco Çapata y Jordan de Valdés. Y los que se embarcaban en Nápoles en 1562 eran los ya mencionados Zapata y Valdés [Juan o Jordan] y un Rodrigo Pérez Palomino. Con el capitán Jordán de Valdés mantuvo una disputa el sargento mayor Pedro de Ayala en 1559 [véase nota 17].

Estos apuntes, aunque puedan parecerle al lector algo reiterativos, y aún farragosos, son muy necesarios para poder confirmar la continuidad de las unidades en servicio, en este caso, las compañías encarnadas en las personas de sus capitanes.

Es necesario mantener cautela por la cuestión de la homonimia: en el caso mencionado de Los Gelves aparecen dos capitanes Lope de Figueroa.

[24] En la obra, Moyano menciona a dos capitanes, Rodrigo Pérez [Palomino] y [Antonio de] Texeda, que armados, impidieron en sus embarcaciones el abandono por parte de los galeotes que pretendían salvar la vida.

Sabemos que salvó la vida el capitán Martín de Eraso, pues él mismo escribe una carta sobre el suceso - publicada en el CoDoIn, 50 - y que él mismo menciona la muerte de Prestines y Aponte.

La lista de las trece compañías embarcadas es la siguiente [nombre de capitán, número de soldados según relación de Juan de Mendoza de 26 de julio de 1562 /( nº de soldados según relación de infantería del Reino de Nápoles, de octubre de 1562)]:

D. Francisco Çapata 125/ (143)
Sancho de Prestines 162/ (175)
Sancho de Cabrera 147/ (155)
Rodrigo Pérez Palomino 145/ (167)
Juan de Valdés 132/ (Jordán de Valdés 147)
Francisco de Silvestre 178/ (185)
Antonio de Texeda 184/ (188)
Hernando de Calabaçanes 154/ (174)
Diego de Aponte 201/ (197)
Martín de Eraso 177/ (200)
Luis de Barrientos 90
D. Juan de Figueroa 95
Trespuentes 37

Que son en todos mil ochoçientos y treynta y seis soldados, los mil çiento ochenta y tres arcabuzeros y los seisçientos y çincuenta y tres corsaleste

Aunque a mí la suma me resulta 1827 soldados, y no 1836.

De las compañías de Luis de Barrientos, D.Juan de Figueroa y Trespuentes, se puede deducir - confrontando las dos relaciones - que se embarcaron cierto número de soldados en las galeras, pero que las compañías, con sus capitanes, quedaron en Nápoles. La relación de octubre de la infantería que se halla en Nápoles indica:

Trespuentes 165
Luis de Barrientos 193
Juan de Figueroa 214

Dando las otras diez compañías como embarcadas en las galeras a cargo de Juan de Mendoza. Y la carta de Martín de Eraso habla "de la gente que vino sin capitán de Ñapóles".

[25] Relación de Martín de Figueroa de como naufragaron las galeras de don Juan de Mendoza en La Herradura, obra citada, p.200

Artículo publicado el 31 de agosto de 2015. Corregido y ampliado el 14 de septiembre de 2015

Apéndice - Apunte de Juan Luis Sánchez

El “tercio de Flandes” que citas era en realidad el que yo llamo SICILIA II (1537-1561), que ya había servido en Gueldres, Luxemburgo y Francia en 1543-44, e invernado en los Paises Bajos en 1544-45, antes de pasar a Hungría en 1545 (en realidad, estuvo en la presente Eslovaquia), de donde lo sacó el Emperador cuando se vio en apuros frente a los protestantes en Alemania. Allí permaneció hasta 1548, tras haber tomado parte en la victoria de Mühlberg, para retornar a finales de aquel mismo año a los Paises Bajos, concretamente a Cambrai, donde rehicieron las murallas de la plaza. Quizá no sobre apuntar aquí, porque es noticia inédita, los nombres de los capitanes que combatieron en Mühlberg, formados en 12 compañías: El maestre de Campo Alvaro de Sande, que mandaba la unidad desde 1538; Alonso de Navarrete, que sería MdC de la misma desde 1556 hasta su muerte en julio de 1560; Juan de Solís, futuro MdC del Tercio de Francia, creado en 1562; Pedrarias Sánchez, Alonso Portocarrero, Diego Garcia de Sande, Bernal Soler, Sancho de Mardones, futuro MdC del Tercio de Napoles (III), Antonio Moreno, que también llegaría a ser MdC., Jerónimo de Guijosa, que igualmente lo sería en la guerra de Siena, Francés de Alava y Felipe de Beaumont. Tampoco sobra apuntar, por la misma razón, que el famoso Cristóbal de Mondragón, uno de los que se arrojó al rio Elba para capturar las barcas, servía en este Tercio y no en el de Lombardía, como se ha venido diciendo, como acredita una relación de los heridos en la toma de St. Dizier (1544), en Francia. 
De Cambrai salió el tercio para tomar parte en el asedio de Metz (1552), regresando a Flandes para repeler la invasión francesa: acudió a las reconquistas de Therouane (1553) y Hesdin, así como a la batalla que se dio en torno a dicha plaza (1556), a la toma y batalla de San Quintin (1557) y a la de Gravelines, el año siguiente. Tras la paz de Cateau-Cambresis (1559) Felipe II quiso mantener a los dos tercios en aquellas latitudes, primero reduciendo sus efectivos, después refundiéndolos en uno solo, que quedó al mando de Navarrete, y donde los capitanes del Sicilia II eran mayoría; pero finalmente, debido a la presión de aquellos Estados, hubo de decretar su regreso a España (1560), pese a sus propios deseos y a la resistencia de la gobernadora Margarita de Austria, como reiteradamente podemos leer en la Correspondance de Marguerite d'Autriche, Duchesse de Parme avec Philippe II, vol. I. Entre los capitanes reformados del tercio de Cáceres en aquella ocasión, se hallaba Gaspar de Gurrea, hermano del gobernador de Aragón, Juan de Gurrea, señor de Argavieso, que el 9 de abril de 1561 solicitaba para aquel «una de las compañías vacantes, por haberlas dejado Jordán de Valdés y don Juan de Mendoza.» (BNM, ms. 784, fol. 249-v.). En realidad, Jordán de Valdés había abandonado los Países Bajos antes de la partida de sus compañeros con licencia de la gobernadora, dejando la compañía al mando de su alférez, que recuperó en Cataluña antes de embarcarse para Italia. En cuanto a la de Mendoza, no me consta que fuera proveída. En todo caso, Gaspar de Gurrea consiguió una compañía en el Tercio de Lombardía y volvería a servir en Flandes con las tropas del Duque de Alba en 1567.
Finalmente el tercio marchó a Zelanda en octubre de 1560 para embarcarse con destino a España (Laredo), desde donde debían marchar por Navarra, Aragón y Cataluña para una nueva embarcación en Barcelona con destino a Italia. Navarrete había muerto ya, y la unidad había quedado a cargo de los capitanes Julián Romero (NAV) y Juan de Mendoza (CAC) debido a su fraccionamiento en dos cuerpos para evitar conflictos con la población local. Los quince capitanes restantes eran: 1) Diego de Aponte (CAC, † La Herradura, 19.X.1562, que recibió la compañía que fue de Martín de Corcuera († ante St. Quentin, 25.VIII.1557);  2) Juan Periche de Cabrera (CAC, † (bat.) Heiligerlee, 23.V.1568);  3) Alvaro de Cepeda y Ayala (¿?), natural de Granada; 4) Martín de Eraso (¿?), navarro; 5) Juan de Figueroa (¿?; † La Goleta, 1574); 6) Antonio de Peralta (CAC., † 24.VI.1561); 7) Diego Pérez Arnalte (NAV), primer alcaide del Peñón de Vélez de la Gomera (1564); 8) Rodrigo Pérez Palomino (NAV), hermano de Juan († ante St. Quentin, 27.VIII.1557), a quien sucedió en la compañía. 9) Francisco Silvestre (NAV); 10) Antonio de Tejeda (¿?), gobernador de Piombino (1567) y alcaide de Melilla (1581); 11) Juan de Trespuentes (¿?); 12) Jordán de Valdés (NAV), caballero jacobeo, que murió en Flandes (1572), siendo veedor general de aquel ejército; 13), Francisco Zapata de León (NAV), hermano del señor de Baracalde y Viveros, que en 1567 era capitán de campaña (barrachel) del Tercio de Sicilia, que mandaba Julián Romero; y 14) Francisco de Valverde (NAV), cuya compañía había sido la primera en penetrar dentro de San Quintín. He numerado a las compañías para descubrir más fácilmente que nos falta uno. Debe tratarse del capitán Zayas, a quien la duquesa de Parma propuso al Rey como sucesor en la compañía del fallecido Navarrete y que, como ella misma refiere, no había servido en ninguno de ambos tercios, sino al suyo personal desde que ella llegó a los Países Bajos. Entre paréntesis he consignado el tercio de procedencia de cada capitán — CAC, Cáceres o NAV, Navarrete—, empleando una interrogación (¿?) cuando no he podido resolver tal filiación. La relación inicial, que contenía solamente los nombres de los capitanes embarcados (recordemos que Jordán de Valdés no lo hizo, aunque sí su compañía), procede del Archivo de Simancas, aunque lamentablemente no dispongo ya de la numeración y folio del legajo de donde la obtuve.
Trece de dichas compañías fueron incorporadas en el Tercio de Nápoles en junio de 1561. Así, las vemos ya inclusas en la relación de donde se hallaban desplegadas las 21 compañías de dicho tercio en agosto de 1561 (A.G.S., Estado, leg. 1051/134), publicada por Giulio Fenicia, en Il Regno di Napoli e la difesa del Mediterraneo nell'età di Filippo II (1556-1598): organizzazione e finanziamento. Napoli, Cacucci, 2003, pág. 36, nota 9. 
- 200 soldati a Manfredonia, compagn. di Hernando de Calabazanos. 
- 400 «         Barletta, « Hieronimo de Salinas e Martin de Eraso 
- 200 «         Trani, « Antonio de Texeda. 
- 200  «        Bisceglie, « Francisco Zapata; 
- 200  «        Monopoli, « Diego de Aponte
- 200  «        Brindisi,     « Juan Delgado (que pudo escapar de Djerba, 1561)
- 200  «        isola di Brindisi, «             Andres de Orejón (escapó de Djerba, 1561)
- 400  «        Otranto, « Alvaro de Cepeda y Francisco Silvestre;
- 200 «        Taranto « Francisco de Valverde;
- 600 «        Cotron   « Antonio Artacho (escapó de Djerba, 1561), Perafan de Ribera, y Beltran de  Mercado (escapó de Djerba, 1561)
- 200 «         Napoli « Juan de Trespuentes; 
- 200 «    Pozzuoli / Salerno, « Jordan de Valdes; 
- 200 «          Salerno, « Periche de Cabrera; 
- 200 «       Sorrento, « Rodrigo Perez (Palomino); 
- 400 «          Gaeta, « Luis de Barrientos e Juan de Figueroa; 
- 240 «    su galere di Napoli, Sancho de Prenestines

También procede de dicho libro, la relación de los 10 capitanes de dicho Tercio de Nápoles inicialmente señalados para embarcar sobre la escuadra de galeras de D. Juan de Mendoza. Eran los siguientes: (op. cit., pág. 37. Nota 12, extraída de AGS, Estado, leg. 1052/63).
Le compagnie imbarcate sulle galere comandate dal Mendoza erano quelle agli ordini dei capitani (tra parentesi il numero dei soldati) (1) Martin de Eraso (200), (2) Antonio de Texeda (188), (3) Hernando de Calabazanos (174), (4) Diego de Aponte (197), (5) Francisco Silvestre (185), (6) Francisco Zapata (143), (7) Sancho de Prenestines (175), (8) Rodrigo Perez [Palomino] (167), (9) Periche de Cabrera (155) y (10) Jordan de Valdes (147). 
Restavano nel regno di Napoli le compagnie di 11) Juan de Trespuentes (155), 12) Luis de Barrientos (195), 13) Juan de Figueroa (214), 14) Hieronimo de Salinas (208), 15) Juan Delgado (189), 16) Andres de Orejón (197), 17) Antonio Artacho (193), 18) Alvaro de Zepeda (178), 19) Fran.co Valverde (195), y 20) Perafan de Ribera (198).

De manera que las tres compañías que acabaron sustituyendo a las previstas de la guarnición extraordinaria de La Goleta procedían también del Tercio de Nápoles, aunque solo la de Juan de Figueroa había servido en el llamado «Tercio de Flandes» que, como hemos visto, emboscaba el ilustre nombre de «Tercio de Sicilia», que había pasado su primera revista en aquella isla, con solamente 5 compañías y 1.215 hombres el 3 de octubre de 1537. Claro que, entre las diez precedentes,  hallamos otras ocho más, que he remarcado en negrita. Por lo tanto, sobre aquellas experimentadas compañías había recaído mayoritariamente el esfuerzo del socorro que la tormenta les impidió realizar. ¿Por qué? Por paradójico que parezca, la razón se halla en otra transmutación de nombres. El Tercio viejo de Nápoles, que también había acudido a Alemania en auxilio del Emperador y que, tras tomar parte en la batalla de Mühlberg, cerró aquella campaña con el asalto de Constanza (6.VIII.1548), fue destinado después a Hungría, por lo que cambió su nombre por el de aquel reino, donde sería aniquilado entre 1554-56. Desde 1549, dos de sus antiguos capitanes, Sancho de Mardones y el aquí citado Luis de Barrientos, que regresaron a Nápoles, se aplicaron a la constitución de un nuevo tercio que recibió su bautismo de fuego en la toma de África (Mahdia), en Túnez (1550), una experiencia de combate que, aparte de algunas escarmuzas con piratas berberiscos, tanto en tierra como embarcados en las galeras del reino, no se repetiría hasta la toma de Djerba (1560), que acabaría en un tremendo desastre el año siguiente. Sin duda, la experiencia es un grado para todo, incluso para salvar la vida. De los 9 capitanes del «Tercio de Flandes» que se hallaron presentes en el desastre de la Herradura, solo Diego de Aponte perdió allí la suya.